lunes, 5 de marzo de 2012

Tragedia

La angustia es como el frío: una vez que se te metió adentro, no hay cómo sacarla.

¨Me llamo Isabel, y durante algo más de cuatro años fui feliz¨, diría, si tuviera que presentarme en un grupo de autoayuda para gente que acaba de perderlo todo.

Tengo todos los aparatos prendidos. Han pasado ocho horas de la desaparición del avión en la cordillera, y los medios de comunicación asumen lo peor. Y peor que eso son las redes sociales. Tendría que apagar la computadora, pero sé que la primera información que exista, llegará por ese medio. ¿El precio? Los centenares de chistes sobre la suerte de los pasajeros.

Los más obvios, por supuesto, hablan de sobrevivientes comiéndose entre sí en la punta de alguna montaña. Los demás, simplemente de la sucesión de catástrofes que ocurren en el país trasandino, y de lo felices que eso los pone.

Mi marido y mi hijo de tres años venían en ese avión.

Una parte de mí se ha vuelto completamente insensible, y observa desde afuera cómo cinco imbéciles repiten chiste tras chiste solo para ser festejados por otros cientos, o miles, de chupamedias que los aplauden como focas.

Un canal de televisión publica la lista de pasajeros, y el nombre de mi marido sobresale de inmediato. Es actor, y esto es nafta entre los imbéciles de Twitter. Los hashtags empiezan a multiplicarse, y observo con fascinación cómo los hijos de puta despedazan a mi familia, sin siquiera detenerse en mi hijo, al que ahora han empezado a llamar “el canapé”.

Hay cobertura en vivo desde aeroparque, y también desde Ezeiza. En ambos lugares se agolpan familiares de los pasajeros. Pienso en lo estéril de salir de mi casa. Cualquier cosa que pase, la sabré primero acá.

El teléfono no deja de sonar, y cada llamado dura menos de cinco segundos. Familia y amigos quieren saber las novedades, y apenas descubro que no es una llamada con información, corto de inmediato. La línea tiene que estar libre.

La primera foto llega desde la cuenta de Twitter de alguien en Perú, y es del fuselaje de un avión. En cuestión de minutos la red está poblada de imágenes aterradoras. Lo único que se acerca en virulencia a las fotos, son los chistes de algunos que todavía están despiertos. Son casi las cinco de la mañana, pero hay gente que no duerme nunca.

A las seis ya está casi totalmente descartado que las fotos sean del avión perdido. Resulta que algunos, con un ingenio agudísimo, decidieron buscar en Google imágenes de tragedias aéreas, teniendo la precaución de asegurarse que los colores de los aviones fueran similares a los de la nave en cuestión. Y tuvieron éxito durante más de una hora.

A las ocho de la mañana, finalmente, la noticia termina de arruinar el día de legiones de internautas. El avión ha sido encontrado en una zona despoblada del sur de Chile, completamente intacto. No hay víctimas, y hace menos de dos minutos logré hablar con mi marido y con mi hijo. Están bien.

Mientras borro mi cuenta de Twitter, termino de leer con asco los últimos mensajes de consternación por el hallazgo.