El comunicado se emitió el primero de marzo del año 2012, y estaba firmado por todos los países miembros de las Naciones Unidas. Tenía cinco puntos, bibliotecas de anexos, y dos conceptos fundamentales:
El mundo dejaría de ser habitable para la raza humana el 23 de noviembre de 2012; y
La única salida posible sería la digitalización total, la que habría de ser optativa y gratuita a partir del día de la emisión del comunicado.
En absolutamente todos los países, y en todos los idiomas, procedió a explicarse que lo único que habría de sobrevivir a la catástrofe (múltiples de ellas en realidad, que ocasionarían la debacle definitiva), eran los servidores en los cuales la memoria de la gente, e incluso su capacidad de pensar y relacionarse, habrían de preservarse.
La diferencia no habría de existir. Tal y como se promocionaba, las vidas seguirían exactamente igual, incluyendo nacimientos y muertes, con la única excepción de que no habría ninguna existencia física. La virtualidad sería total.
El tiempo de luto fue inexistente. Los medios sacaron un cálculo veloz, y este decía que no habría tiempo material posible de realizar la digitalización de siete mil millones de personas antes del final. Lo que siguió fue el pánico.
A medida que los “cuerpos se iban digitalizando”, la interacción entre personas físicas y virtuales se iba haciendo cada vez más fluida, y las filas para cambiar de estado crecían exponencialmente.
En un plazo de seis meses la población digital era de tres mil quinientos millones, y los servidores colapsaron, interrumpiéndose así el proceso de conversión.
La resignación era total, y en la noche del 22 de noviembre de 2012, las personas que aún no habían sido digitalizadas, esperaban el final en paz. La mayoría de ellas, en todo caso.
El 23 de noviembre fue un día normal, o todo lo normal que podía haber sido dadas las circunstancias.
Las explicaciones llegaron a partir del día 25, y la subsistencia del mundo fue calificada como un milagro, pese a que en efecto había cientos de razones técnicas para explicar el mismo.
La mañana del 26 de noviembre, once personas se reunieron en una instalación tan secreta que solo ellas sabían de su existencia. Por sus ojos habían pasado los informes que señalaban, sin ningún lugar a duda, que el mundo no podría sobrevivir con una población de siete mil millones de personas.
Sobre sus espaldas pesaba la decisión de haber determinado la extinción de la mitad de la raza humana, pero eso era algo con lo que podían vivir.