Yo no sé si los abogados estudian para arruinarle la vida a la gente, o si es simplemente una consecuencia no deseada de su imperiosa necesidad de ganar plata. Mucha y todo el tiempo.
El lugar donde trabajo es un agujero de tres por tres, con una ventana a un pozo de aire que merece dicho nombre únicamente en invierno. Estoy rodeado por cuatro fotocopiadoras, toneladas industriales de papel, y por Fernando, un jubilado de setenta y cuatro años que me ayuda en la inmunda tarea de multiplicar los escritos de treinta abogados sedientos de sangre.
Estoy acá varado hace una eternidad. Medida en tiempo humano serían algo así como tres años, pero en la cabeza de cualquier persona sana, superan los veinte. Ya no estoy sano, y todavía no cumplí los veintidós.
Recibo escritos por una ventanita que me deja ver solo las manos de quien me los da. El sistema está preparado para que no haga falta siquiera una palabra. Solo tengo que darme vuelta, y alimentar a las máquinas, que en cuestión de segundos, empiezan a escupir las copias.
Todo eso, por supuesto, en un mundo ideal.
Porque las máquinas son arcaicas, y paso más tiempo arreglándolas que usándolas. Ya me he convertido en un experto, al punto que muchos de los problemas los arreglo dando uno o más golpes en el lugar adecuado. Pero no siempre, y son cuatro máquinas, como ya he dicho.
También desarrollé la habilidad de leer los títulos de los papeles, y a través de una infinita repetición, puedo casi anticipar el resultado de un juicio por cómo vienen los escritos. Y sáber casi con exactitud cómo y cuándo alguien va a ser perjudicado, y nunca son los abogados.
A falta de radio (no está permitida por los jerarcas del estudio), está Fernando. Repite cada acontecimiento de su vida con la fidelidad de las fotocopiadoras que nos rodean. Cada cosa es contada un promedio de tres veces, pero ya no me molesta. Supongo que a todo se acostumbra uno en la vida.
Pero no todo son quejas, y a veces las mejores cosas de la vida llegan sin siquiera pedirlas, como la nueva Xerox K23 que el estudio acaba de comprar.
En cuestión de días el resto de las máquinas pasan a ser casi desocupadas, y cada una de las promesas del fabricante se hacen realidad. La máquina no se rompe, no se traba, saca fotocopias a la velocidad de la luz, y todo sin siquiera un zumbido, y sin despedir calor. Creo que estoy enamorado.
Fernando me repite hasta el cansancio que su presión arterial está mucho más moderada, que está teniendo menos problemas para respirar de noche, y que jamás pensó que las “mierdas que dirigen el estudio”, como a él les gusta decirle, podrían llegar a hacer algo así por nosotros.
Es la primera luz de alarma, pero en mi felicidad, no soy consciente sino hasta después.
El segundo aviso no tarda en llegar, y una mañana, nos encontramos con que tres fotocopiadoras han sido retiradas de nuestro inmundo sótano. Llamo al gerente de administración (al que desprecio más que a un cartucho de tóner vacío), y el tipo se despacha con un “es para que estés más cómodo”.
Todas las alarmas se disparan al mismo tiempo, y a partir de ese instante, sé que el mundo como lo conocía hasta entonces, no durará un día más. El instinto se hace cargo.
Además de la K23, quedó la vieja y querida Pancracia. Hemos recorrido juntos leguas de tinta, y nos conocemos tanto que casi no necesito tocarla para que me responda. Su interior es caliente como la lava. Meter la mano en el lugar equivocado podría ocasionar un daño importante al imbécil que lo hiciera.
Mi grito desgarra la aparente tranquilidad del estudio, y cuando saco la mano, la quemadura excede todos los grados, y pasa derecho a la secundaria.
Salgo del estudio con una toalla empapada, con instrucciones precisas de ir directo al hospital, pero no es allí a donde voy, no señor.
Paso el resto de la tarde con el brazo en un balde de agua, en las oficinas de Xerox, donde alguien que me debe más de un favor me ha puesto enfrente todos los manuales de la K23. Finalmente, encuentro lo que busco, y defino dos cursos de acción, más un tercero de alto voltaje por las dudas. Desconozco a qué velocidad se están moviendo las ruedas del destino, aunque creo que rápido.
El brazo está a punto de caérseme cuando vuelvo al estudio, y la improvisada venda que me hicieron en la farmacia no ayuda en nada a contener el dolor. Voy derecho a mi agujero, y me encuentro con Fernando esperándome.
-Qué suerte que volviste. Me llamó el gerente.
No hay peor pesadilla que la que se vive despierto, y ver cómo el tiempo ha desaparecido me causa una angustia importantísima, la que agradezco porque me hace olvidar por un segundo el dolor del brazo.
-Fernando, haceme un favor. Necesito un Ibuprofeno, el más fuerte que haya. Me duele mucho el brazo. Podés ir a la farmacia a comprarlo, antes de ver al gerente?
Duda. No porque no me quiera hacer el favor, sino porque es un tipo nacido para respetar a la autoridad, y la autoridad lo ha convocado. Al final, accede.
La K23 es una máquina de guerra, y como tal, no es fácil de derrotar. Con tiempo y paciencia todo es posible, pero no tengo ni lo uno ni lo otro. Pero sí determinación, y mucho que perder.
Los planes A y B eran óptimos, porque con habilidad, podrían haber sido ejecutados sin dejar pruebas, pero requerían tiempo, y Fernando estaba a segundos de ser despedido.
El plan C involucró un cartucho de toner abierto, un cable de 220V directo al corazón de la máquina, y dos dotaciones de bomberos. ¿Lo positivo? Ni un forense de CSI podría determinar la causa de muerte de la máquina.
Tres días después, las máquinas que nos habían dejado volvieron, y la gerencia del estudio derivó sus ansias de innovación a otros sectores, de donde sí fue despedida otra gente.
Esto pasó hace once años, y mucha agua ha pasado arriba y abajo del puente. Meses después de aquel incidente, obtuve mi título de abogado, y mi papá se dignó a sacarme de aquel inmundo agujero. La escalada no fue fácil ni agradable, pero ha sido hoy el día en que finalmente se retiró, dejándome esta horda de víboras a cargo. No me asusta. Sé cómo tratarlas.
Y Fernando, Fernando se retira la semana que viene. Ochenta y cinco años son muchos para él, y el estudio (o sea yo), ha decidido compensarlo generosamente. Me ocuparé de que viva tranquilo lo que le reste.
La K29 llega mañana.
No me gusto para nada. Sos parte de la farsa de la cual te quejas. No se si por tema de guita o un respeto excesivo por tus viejos (mas sobre padre). Igual destaco la buena retórica para plasmar tal cual lo que estas pensando para hacernos imaginar todo tal cual ocurrió. Saludos.
ResponderEliminarNo es una declaración de principios, sino un cuento. Y no soy yo el que habla, sino un personaje del cuento. Pero te agradezco mucho leer, y comentar. Abrazo.
ResponderEliminarMe gustó mucho el cuento, y me sorprendió que vuelvas a publicar tan rápido.
ResponderEliminarEn algún momento de nuestra vida nos hemos quejado de alguna situación, trabajo o circunstancia pero no nos dábamos cuenta que la vida nos estaba moldeando a golpes que seguramente en un nivel superior sabremos aprovechar o valorar. Lo que está claro que tus letras han evolucionado y se están consolidando en algo muy bueno Mar-cos.
Hola, vi luz y subi (no, mentira, vi un tweet con el link y entre). Me gusto mucho el texto. Me alegro por Fernando. Voy a seguir chusmeando el blogsito. Saludos!
ResponderEliminarEs oscuro y a la vez naive... aunque no sé si esa es la palabra, pero tiene como un candor que me encantó.
ResponderEliminarGracias.
Muy bueno. Historias que comenzas a leer y hasta llegar al final no podes detenerte. Atrapante como de costumbre. Un besote :)
ResponderEliminarMe gustó , una historia simple y cotidiana bien contada. Besos.
ResponderEliminarEs tan lindo que se me cayó una lágrima color azul perlado. Te amo.
ResponderEliminarun texto adictivo 100%
ResponderEliminarHola!!!!
ResponderEliminarPero los abogados son humanos??, jijiji yo creía que no, pero bueno hay algunos que no son muy conocidos que si lo son….
Un abrazo de oso.
Es sumamente curioso. Porque yo trabajo en una fotocopiadora, estudio abogacia y mi jefe se llama Fernando...
ResponderEliminarRaro.
Cierto es que odio acostumbrarme, pero no me gustan los cambios. Me ha pasado más de una vez de no bancar una situación, y, sin embargo, desear que todo siga igual.
Anyway. Me gustó el cuento. No tanto como otros. Pero no está mal. Suerte.
Algunas vidas valen más la pena el ser vividas. Pobre de Fernando que nunca lo supo.
ResponderEliminarSaludos
J.
Muy bueno Marcos! Hace un tiempo caí aca y no pude parar hasta leer todas las historias. Gracias por el rato de buena literatura que me regalste.
ResponderEliminarUn abrazo
Taro
Me gusto mucho n-n
ResponderEliminarMe gustó. Tiene mejores momentos que otros. El final me lo vi venir. Creo que ahí me imaginé lo que hubiera escrito yo. No lo veo como algo malo, después de todo. Me gusta como escribo. Ja!
ResponderEliminarVoy a seguir leyendo el resto de tus cosas. Hasta ahora me gustaron. Si te interesa, vine porque te habían recomendado. O sea: se habla bien de vos. Groso! jaja Como dije, voy a seguir leyendo tus cosas. Hoy no, que ya estoy fané. Abrazo.
Hola!!!
ResponderEliminar¿Para cuando el póximo cuento???, espero que no me toque a mi, porque veo a un Fernado, por allí, jijiji soy mujer campecina..........Buen domingo y un abrazo de oso.
Pd: te recordó que queda menos de una semana para votar en la blogoteca!!!
muy bueno Marcos! gracias por compartir tus cuentos, hacen que las horas de laburo pasen mas rapidos cuando tenes que cortar y embolsar recibos! :) besos
ResponderEliminarHola Marcos!
ResponderEliminarVenimos de la Blogoteca y viendo los comentarios coincidimos con vos en que no es una declaración de principios y hay que tomarlo como lo que es, un cuento. Y agradable de leer e imaginar una situación que no viene al caso analizar si es verdadera, si hay exageración o qué. El tema es que está bien escrita y gusta.
Un afectuoso saludo!
Me encanta lo que escribís!
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