El antecedente era siniestro, tecnología Nazi aplicada a la edad moderna, aunque con un fin más loable: salvar vidas, en lugar de arruinarlas. La gente tendría un tatuaje con un código de barras;los hospitales tendrían lectores, y los médicos accederían a las historias clínicas de los pacientes mediante un escáner. Era la única forma en que algo tan abominable, podría tener un uso decente.
Pero el mundo no es tan ingenuo como yo.
Recorrí oficinas gubernamentales, hospitales, clínicas privadas, y empresas de medicina prepaga, sin éxito. Solo en una de estas empresas, de medicina privada, llegué a explicar en detalle mi idea. La estudiaron a fondo, pero finalmente no les resultó viable.
Al año, se lanzó el “Skin Money” en Estados Unidos. Era mi idea, pero aplicada a extracción de fondos en cajeros automáticos, cines, y hasta computadoras personales. Evitaba el traslado de dinero y tarjetas de crédito, y proveía una autenticación cien por ciento efectiva, e inviolable.
Me lamenté en silencio. Una gran idea, que yo no había podido llevar a cabo.
El silencio duró poco.
Las tapas de los diarios identificaron con rapidez al inventor argentino del Skin Money, que por supuesto era el dueño de la empresa de medicina prepaga.
El tipo hablaba de las bondades del Skin Money como si se lo hubiera sugerido un ángel, e incluso decía que su sueño era llevar esa tecnología al área de la medicina “cuando los costos lo hicieran posible”.
Se negó a recibirme, por supuesto, y ningún abogado consideró que yo tuviera posibilidad alguna de reclamar nada. Aparentemente hay que patentar ese tipo de inventos, cosa que cualquier estúpido sabe. O casi cualquier estúpido.
Pasó otro año, y varias cosas conspiraron para que mi veneno se incrementara. La vida no me trataba bien. Mi resentimiento había pegado de lleno en mi trabajo, y como consecuencia de esto, ya no lo tenía.
Mi mujer me había abandonado hacía poco más de dos meses, llevándose a los chicos con ella. Y en algún punto yo estaba feliz de que así fuera. Yo, más que nadie, reconocía que en ese estado, era perjudicial para todo, y para todos.
El punto cúlmine fue cuando Google compró Skin Money, en varios miles de millones de dólares, y tuve que soportar la cara “del hombre más rico de Argentina”, en cuanto diario o canal de televisión miraba.
La transacción se hizo en directo para todo Argentina, y el detalle simpático es que no hubo firmas, sino antebrazos y códigos de barras.
Necesité meses enteros de obsesivo planeamiento, y una noche de extrema suerte. Todo se dio como lo pensé, y acá estoy, dispuesto a efectuar la prueba última y definitiva del Skin Money.
El tipo me ofreció fortunas, y cuando vio que lo que yo quería era que las mismas fueran trasladadas a mis cuentas bancarias (creadas para la ocasión) mediante el Skin Money, quiso abrazar la computadora de su casa para darme la plata y que yo me fuera. Pero no lo dejé. Yo quería más.
Y ahora, mientras se desangra en el suelo, yo, con su brazo en la mano, me pregunto si el Skin Money funcionará separado del cuerpo.
Y sí. Funciona. Mientras veo varias transferencias de menos de un millón de dólares cada una llegar a mis cuentas, se me ocurre que el futuro de la empresa es menos que brillante. A nadie le gusta andar por la vida sin un brazo.
Funciona todo aquello que nos hace pedazos: la tecnología primero...
ResponderEliminarAtte/
Macabramente Genial! Lo patentaste?
ResponderEliminarMuy bueno!!!! La lectura fluida te lleva a un bien logrado efecto terror. Saludos twitter!!!
ResponderEliminarTodo lo que está pegado al cuerpo puede removerse... jejeje.
ResponderEliminarHuellas dactilares, retinas, tatuajes, chips de NFC.
La tecnología puede hacer de todo, pero de terminar con el crimen, ni Robocop pudo!
Ficción y realidad se unen en este cuento macabro. Más allá de la cruda crónica policial de algunas manos cortadas por motivos financieros, esta historia -como todas las otras de Marcos- está impecablemente narrada. Chapeau, capo!
ResponderEliminarAbu Sil