El último día de cualquier cosa, siempre es difícil.
Dejé casi tres años en esta oficina, y en algún momento, casi sin darme cuenta, empecé a quererla.
Llegué por el diario, con un currículum de una hoja, escrito con grandes palabras y ninguna verdad. El dueño, Gutiérrez, me miró a los ojos, y creyendo ver futuro donde no había presente, me contrató.
No éramos muchos. Gutiérrez, sus dos hijas, el yerno, dos de contabilidad, y yo, el cadete.
Llevarse mal con Gutiérrez era imposible. Le gustaba el fútbol, y a los tres meses yo me había convertido en el goleador de su equipo, al que me había llevado a jugar entusiasmado por mi pasado en las inferiores de Quilmes. Le gustaban los tipos frontales, y su yerno era abogado, lo cual descartaba cualquier posibilidad de llevarse bien con él. Había querido un hijo, y el que tuvo, había muerto a los cuatro años, en un accidente de tránsito, junto con su esposa.
Las hijas de Gutiérrez eran aún mejores. La mayor había tenido la desgracia de casarse con el abogado, y todos en la oficina sabíamos que el lamento era diario. No faltaba mucho para que se separaran, y todos seríamos más felices cuando lo hicieran.
La menor, Alejandra, con diecinueve recién cumplidos, no tardó en empezar a salir conmigo.
En menos de dos años, yo ya manejaba el departamento administrativo y financiero de la pequeña empresa, y con Alejandra estábamos pensando en vivir juntos.
Las cosas iban bien, y temprano en mi vida, había decidido que ese sería mi entorno para siempre.
Pero nada más fácil que revolver aguas tranquilas, y es allí dónde la cola del diablo es devastadora.
Todo se desencadenó en un plazo de tres meses. Primero el divorcio de la hija mayor: he visto hienas con actitudes más moderadas. Cartas documento, golpes, causas penales y una declaración de guerra santa, de por vida. Y eso fue lo manso. Después, Alejandra, y su encandilamiento con el actorcito ese. Finalmente, la oferta de compra de la empresa a Gutiérrez, la que para sorpresa de todos, aceptó.
Y hoy Gutiérrez ha cobrado una fortuna, comprometiéndose a pagarme una generosa suma, ya que no estoy en los planes del nuevo dueño. Nunca me interesó el dinero, pero hoy, a la luz de cómo están las cosas, no puedo descartarlo.
Lo demás, lo demás es anécdota, una que sin duda recordaré con nostalgia en los años que vengan.
El compuesto lo armé con distintas cosas compradas en Internet, con la tarjeta del abogado. En la casa del mismo están ya los elementos que probarán que ahí es dónde fue preparado
La suma cobrada por Gutiérrez por la venta de la empresa, ya pasó también por la cuenta del abogado, después de partir hacia tres paraísos fiscales, a otras cuentas que creé hace unos meses. Nunca me interesó el dinero, y sin darme cuenta, soy millonario.
Sostengo la mano de Alejandra mientras la veo exhalar el último suspiro, y yo mismo empiezo a cerrar los ojos. La cantidad de veneno que tomé me está haciendo efecto, y serán necesarios varios días de cuidados intensivos para que me recupere. Los demás, que han ingerido porciones mucho más abundantes, no tendrán la misma suerte.
Muchos dirán que todo salió bien, pero se equivocan. Siempre es difícil cuando algo se termina, y voy a extrañar lo que pudo ser, y no fue.
Muy bueno, como siempre!
ResponderEliminar¿Llegará en algún momento el día en que no nos parezca muy bueno lo que hacés? Lo dudo, cuento que pasa, historia imaginada y momento grato.
ResponderEliminarHoy compré tu último libro. Le agradezco a Twitter el haberte conocido. No puedo dejar de leerlo y además, encuentro este blog. Sos mucho, MArcos
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