Soy mujer, madre, y varias cosas más, pero en este momento, acá y ahora, soy periodista. Y no puedo preguntar.
Los jueces escuchan mentiras y verdades por igual, sin distinguirlas. También lo hace el resto de los presentes. No hay hechos, solo palabras, y todas se contradicen.
Hay más teorías acerca de este crimen, que sobre la muerte de Kennedy, y tantos sospechosos como familiares y amigos. Hay hasta incluso un culpable –así lo ha dicho la justicia-, pero nadie pondría un dedo en el fuego por nada. Y yo menos que nadie.
Reviso mis notas, cuadros, fotos y dibujos, mientras se produce una de las tantas demoras a las que estamos acostumbrados. Una testigo sufrió un bajón de presión, y los médicos, paramédicos, enfermeros o lo que sea que sean, tratan de reanimarla.
Alguien abre una ventana, y la corriente de aire se convierte en un golpe de claridad. Así es como sucede: el viento amenaza con hacer volar mis notas, y mis dos manos se apoyan en la pila de papeles con desesperación. No quiero el bochorno de tener que recoger hojas delante de colegas y asistentes, y alcanzo a retener casi todos. Casi, uno se me cae, pero no es ahí cuando me doy cuenta.
Los dedos de mis manos han formado un curioso mapa entre los papeles. El índice de la derecha señala uno de los acusados, mientras el pulgar de la izquierda se apoya en mi “lista de motivos”. El meñique roza la de “coartadas”, y la idea me pega como una maza en la sien. Tuvo que haber sido él.
Siento que me falta el aire, y lo que ocurre a continuación termina de aniquilarme.
-Disculpame, se te cayó esto.
Es él, que me alcanza el papel que no vi volar, y que sin duda voló. El, y no otro, el que con una sonrisa amable y ojos que parecen horadar mi alma, está parado enfrente mío.
No soy yo la que contesta, sino esa que día tras día mira una cámara como si nada pasara, aunque el mundo se esté derrumbando. Años de entrenamiento se hacen cargo, y con mi mejor cara de boluda, sonrío.
-Sí, gracias.
Sostengo su mirada por exactamente el mismo tiempo que tarda el operador del canal en mandar una grabación, y vuelvo a lo mío.
Con la misma presencia con que enfrenté la caída de las torres, frente a una multitud que me veía por la tele, acomodo papelito sobre papelito, sabiendo que él aún está mirando.
Nada de relevancia ocurre el resto de la mañana, y el descubrimiento del asesino queda sepultado por la terrible duda: ¿sabrá que lo sé?
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lo sabe, seguro que puede olerlo..
ResponderEliminarCada día lo leo con mas placer.
ResponderEliminarAdmiro su imaginación y su poder para transcribirlo de forma tan atrapante.
Saludos
Siempre lo saben
ResponderEliminarClʚϊɞ
El modo en que lo descubre es un instinto superior, un instinto con bases, supuestas, pero bases. Muy bueno!
ResponderEliminarexclente! me re gusto!
ResponderEliminarTanto tiempo sin pasar y esta altura ya se me está complicando comentar sin caer en los típicos adjetivos que caben utilizar.
ResponderEliminarAl principio quedé como en una nebulosa, sin lograr ver bien para donde apuntaba, hasta que me topé con los últimos párrafos y el círculo empezaba a cerrar.
Y en un minuto su mente logró deducir lo que durante años estuvo dormido. Me gustó pero más atrapante resultan los dos capítulos siguientes.
(Si, ya los leí, ventaja o desventaja de haber llegado tarde)
Abrazo