miércoles, 29 de junio de 2011

Cámara

Segunda entrega de la trilogía Luz, Cámara, Acción. Viene de Luz.

No se tumba una pared golpeando cualquier ladrillo, pero una vez que se sabe cuál es el correcto, caen todos como si fueran cartas.

Apenas salgo del tribunal, pasado el mediodía, busco un bar con wi fi, y armo una pequeña oficina que funciona a café con leche. Al terminar el trabajo, la cuenta dirá que me tomé seis, y yo estaré necesitando uno más.

A esa altura ya he decidido que no quiero limitarme a decir el nombre del asesino en cámara, sino que quiero contar la historia tal y como sé que sucedió, y a escribir me dedico.

No hace falta una gran prosa –y no soy manca-, para contar hechos. Cuando la información habla, los adjetivos se callan, y el cuento surge como si fuera película. Cada minuto coincide a la perfección con las declaraciones de quienes dijeron la verdad, y cada mentira cae por su propio peso, haciendo ruido.

El taxi me lleva por caminos que no veo, absorbida por la pantallita de la notebook, que leo y releo hasta que cada error se corrige. No son muchos, pero uno bastaría para que mi humor cambie, así es mi obsesión.

Llego al canal con la energía de quince conejitos Duracell, y a los gritos me rodeo de productores. Cuento la historia como si acabara de salir de un cine, mientras la impresora no deja de sacar copias. En menos de una hora, todos han comprado. Todos menos uno.

El productor ejecutivo es un tipo con oficio, olfato y pasión por su trabajo, y me escuchó con una atención que hace tiempo no le veía dedicar a nada.

-No. Con eso no podés salir al aire.

El productor ejecutivo es un cagón mediocre, que le hizo el ADN a cada uno de sus tres hijos, “solo porque todos los hechos tienen que ser comprobados”.

Le sonrío, lo seduzco, lo insulto, lo perdono, le lloro un poco, y termino re cagándolo a gritos.

-Mirá, es decisión del Raúl (el productor general). Es un tema muy groso, y en definitiva, todo tu argumento depende de algo totalmente intangible.

Y Raúl, que sí es un productor de sangre (y lo seguirá siendo hasta que me contradiga), no está en el canal, y “no puede ser contactado”. Podría escalar la cosa directamente hasta el gerente de noticias, pero sería puentear a Raúl, y no es sabio.

-Dos horas. En dos horas viene Raúl y él decide. Y si está de acuerdo, lo calzamos en prime time. ¿No te parece mejor?

Es mejor, y lo que más rabia me da, es que tiene razón. O sea, lo que tengo son suposiciones, que a nadie se le han ocurrido en casi diez años, y que probablemente cierren nada más que en mi cabeza.

-Podrite. Me voy a casa. Me hartaste, vos y tu miedito. Sean felices.

Salgo indignada, y golpeo cuanta puerta hay entre la sala en la que estaba reunida, y la salida del canal. El viento de la calle es una copia del de la mañana, aquel que hizo volar la puta hoja, y empezó todo esto. Y trae otra idea, una realmente estúpida. La adoro.

Volver al canal y buscar las cosas que necesito, me toma menos de cinco minutos, y ya estoy en el auto. Estoy decidida, y no quiero pensar. Tengo que lograr no pensar.

La guardia -vivo en un barrio cerrado- me saluda con una sonrisa –, y agradezco que la calefacción de casa esté prendida. El frío que hace afuera es increíble.

La casa está vacía, y así estará por al menos un par de horas más. Hago las cosas que tengo que hacer, y me sumerjo en la bañadera. El cansancio de años y años de intriga me cae de golpe. Sé la fama que vendrá con la historia, y hasta quizá, algo de fortuna. Un libro, o por ahí la película. Nada de eso me importa. Solo yo sé de mi obsesión por la verdad –por esa, aunque sea-, y la tranquilidad que me da haber descubierto el acertijo.

Lo otro, la estúpida idea de la periodista de investigación que soy, parece más estúpida con el paso de los segundos. ¿Quién carajo me creo que soy?

Pero nada como la puta ironía de la vida, y no tengo que adivinar de quién es la sombra que se refleja en el piso, para saber qué he sido una pelotuda. O no, he sido vivísima, dando toda la vuelta para convertirme en pelotuda, para siempre.

Y quizá sea esta, si, la última vez que me equivoco.

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