Llega un momento en la carrera de toda persona, en que las opciones son el éxito fulgurante, o el retiro. En el caso de los productores televisivos, ese momento es a los dos meses de haber conseguido el trabajo.
Así estaba yo, desesperado por crear el éxito que me catapultaría a las mieles de las cuentas abultadas, los autos rápidos, y las modelos aún más rápidas. Y a la vez, desesperado.
Me acercaba a mi cumpleaños número veinticinco, y Dios no me había dado ninguna idea provechosa, por lo que cada vez con más frecuencia recurría al Diablo, con idénticos resultados. La solución no estaba afuera de este mundo, pero tampoco en él.
Fue en una charla en alguna universidad, a pendejos aspirantes a dejarme sin laburo, donde uno de ellos me dio la solución. El taradito se acercó temblando, al final de la exposición, y con el respeto propio que mi cargo de productor auxiliar le inspiraba, me habló.
-Señor, disculpe. Yo tengo una idea, y me gustaría saber qué piensa de ella.
Mientras revisaba mis e-mails, ninguno de los cuales valía siquiera los caracteres con que habían sido escritos, le hice una seña para que empezara a hablar.
-El Show de la Infidelidad –dijo el pibe, como si fuera una genialidad.
Levanté los ojos del teléfono para ver al autor de tamaña imbecilidad, y me frené en seco. Era un escuerzo vestido de negro, con una polera verde oscura, que hubiera estado fuera de lugar aún en enero, en Aspen. Y en Buenos Aires era Marzo, uno de treinta y dos grados de calor. A la sombra.
Pero no era su ropa del averno, ni sus ojos negros tamaño bolita pequeña de vidrio lo que más me llamó la atención, sino su sonrisa. Tenía unos dientes del color de las teclas del piano, del piano del Titanic, y abría la boca sarcásticamente, como si acabara de salir de la academia “Diente Feliz”.
-Humillación, dolor, venganza, engaño, en fin, tiene todo-dijo la inmunda bestia al terminar la venta de su espantosa idea.
Me dio un papel con su teléfono (el que tiré en plena avenida Corrientes apenas gané la calle), y ese fue el fin de la historia.
Hasta el día siguiente, en que el gerente de programación me acorraló en un pasillo.
-Una idea. Tenés diez segundos para darme una idea, o te quedás sin trabajo.
El pánico me inmovilizó, pero el instinto se hizo cargo, y antes de que pudiera darme cuenta, estaba vomitando el pitch de ventas del escuerzo.
La idea era horrible, y amarilla como el sol. Al tipo le encantó.
El principal problema era cómo convencer a la gente de que descubriera sus infidelidades en cámara, pero se solucionó rápidamente gracias a la intervención del departamento legal, que vino en nuestra ayuda con un contratito. Los participantes que lo firmaran, no podrían demandar a sus cónyuges por las infidelidades que se discutieran en el programa. Así que de golpe, habíamos inventado un salvoconducto, un vehículo legal que limpiaba el pasado con tanta elegancia como exposición. Y si hay algo que la gente ama, es la exposición.
El casting para el primer programa fue gratificante. Había decidido que mi programa (ya era mío), tendría no solo infidelidades, sino glamour, riesgo, aventura y angustia. Y de esto último, toneladas.
Elegí cinco parejas cuyas historias habrían sido rechazadas por el cine, por inverosímiles, y después de trabajar una semana entera en el guión, me senté a ver el programa. Necesidades de programación hicieron que fuera en directo, y un regalo del cielo, que fuera en prime time.
Como preveía, el minuto a minuto trepaba con cada increpación. Cada infidelidad que se confesaba al aire, pagaba una cuota más de mi LCD, y después de varios minutos, supe que podría cambiar el auto antes de fin de mes.
Los teléfonos ardían, y no eran televidentes, sino auspiciantes, peleándose por un minuto en el próximo programa.
La quinta y última pareja era la mejor, por lejos. Había dejado la frutilla para el postre, y la rubia (había sido modelo) cambiaba de color como si fuera la señal de ajuste, con cada párrafo que su pronto exmarido compartía con la audiencia. El tipo se había acostado con la niñera, con la secretaria, con la hermana, y hasta había hecho un trío con las dos mejores amigas de la rubia.
Mis ojos estaban en el monitor del minuto a minuto, pero, aún así, supe lo que iba a pasar antes que nadie. En el segundo en que el marido de la rubia confesó que su suegra le había practicado sexo oral, la rubia sacó una pistola. El silencio fue total y absoluto, de golpe, y mis ojos fueron derecho al minuto a minuto. Parecía que estuviera jugando Argentina, con Maradona y Messi en la cancha, juntos.
En mi cabeza estaba empezando a desocupar la oficina del gerente de programación, que pronto sería mía, cuando sonó el primer disparo, y me trajo a la realidad. El marido tenía una mancha roja en el pecho, como si le hubieran tirado un tomate, pero uno pesado, que lo arrojó de espaldas al suelo.
El murmullo empezó a poblar nuevamente el estudio, pero mis ojos estaban clavados en el monitor nuevamente. No estábamos hablando ya de televisión local, o siquiera venta de formatos al exterior, sino de Hollywood. A esa altura la única gente en Argentina o países limítrofes que no estaba viendo el programa, era la que no tenía televisor.
Las voces se callaron nuevamente, y levanté la mirada, para ver qué era lo que había ocurrido. El caño de la pistola estaba a cinco centímetros de mi frente.
-Vos, fuiste vos. Todo fue culpa tuya-me dijo la rubia, mientras apretaba el gatillo.
Era lógico. Siempre pasa. Dónde unos ven mérito, otros ven culpa. Escuché la detonación, y lo último que mis ojos vieron, antes de cerrarse para siempre, fue el monitor del minuto a minuto.
Estaba en llamas.
Siempre dando esos vuelcos inesperados. Atrapando al lector hasta el último minuto. Imaginaba cualquier final, menos el que nos diste.
ResponderEliminarUn gustazo leerlo, Doc.
Saludos!
Jajaja! muy bueno...
ResponderEliminarche por que canal trasmiten ese programa xD
haaa.... antes nos se llamaba "Soñando por Bailar"
"La solución no estaba afuera de este mundo, pero tampoco en él"
ResponderEliminarBuenísmo.
Tefi
Simplemente me encantó :)
ResponderEliminarEso te pasa por interceptarle la idea al "taradito" y por querer levantarte a la rubia ni bien la viste.
ResponderEliminarAhora si, me gustó mucho. No me preguntes por qué, pensé en E.A. Poe.
Muy bueno!
ResponderEliminar"Se acabó el chou, chico..."
Atte/
Muy bueno, la verdad que captura al lector completamente... "Minuto a Minuto"
ResponderEliminarjajaja qué genio.
ResponderEliminar"Cada infidelidad que se confesaba al aire, pagaba una cuota más de mi LCD, y después de varios minutos, supe que podría cambiar el auto antes de fin de mes." Esta manera de extremar los hechos es casi una marca registrada tuya, siempre me divierte.
Saludossss.