Es parte de la historia de "Mariana y Nicolás". Es bueno leer Querida Mariana, Querido Nicolás, La Cola, Blancanieves y Furia, para entender bien de qué se trata.
Sudorosos, agitados, temblando. Fuman.
Así están los dos, después de una sesión maratónica de sexo, que incluyó tanto posiciones eclesiásticas, como numéricas. En abundancia.
-Así que esta es la despedida-dice Ramón, con una sonrisa burlona.
-¿Estás en pedo? Tratá de alejarte de mí, y vas a ver lo que te pasa-contesta Verónica con furia en los ojos.
-Pero te casás mañana.
-Sí. No me hagás acordar. Las cosas que tengo que hacer para que Papi me siga bancando.
-¿Y el gil?
-No le digás así. Nicolás es bueno. Y Papi lo quiere.
“Papi” es dueño de una docena de carnicerías por provincia. Todas, excepto Córdoba. Tiene más plata que varios de los Rolling Stones, y una hija con una vida más disipada que todos ellos juntos, Verónica. Y Papi ha decidido que Verónica siente cabeza.
-¿Y cómo vamos a seguir, después que te cases?
-Igual que hasta ahora. Acostándonos cuando yo quiera, mientras Nicolás trata de arreglar el mundo escribiendo verdades que a nadie le interesan, y Papi trata de llevarlo a trabajar a la carnicería.
Porque Verónica, sigue llamando al negocio “la carnicería”, a pesar de que Papi exporte el 24% de la carne del país. Y lo único importante para ella, es que “la carnicería” le permite cambiar el auto cada seis meses, el menor de sus gastos.
Una chicharra anuncia que hay alguien en la entrada, y Verónica, con fastidio, se pone de pie.
-Deben ser los de la agencia de turismo con los pasajes. Andá vistiéndote.
Ramón acepta la orden sin siquiera pensar en ella, mientras Verónica va hacia la puerta.
Lo primero que le llaman la atención son los ojos verdes, que por un extraño efecto le hacen acordar a la caoba. Se han oscurecido delante suyo, y por un segundo tiene miedo. Es solo un segundo.
-Vos sos Mariana, la ex de Nicolás-dice Verónica sin sonreír.
Los ojos verdes la escanean rapidísimo, y siente como si su alma hubiera sido pasada por una picadora de carne. Al mismo tiempo, percibe a Ramón a su espalda, y sabe que Mariana no necesita más que esa imagen para conocer la película completa.
-Verónica-dice Mariana-. Verónica es nombre de puta.
El insulto no la sorprende. Su mente vuela a la velocidad de la luz sobre todas las posibilidades existentes. Ha escuchado hablar de Mariana, y sabe que está loca. Y la súbita aparición en su departamento, en ese momento preciso, en un punto la divierte.
-No te va a creer. Podés decirle lo que quieras, pero Nicolás no te va a creer. Lo tengo domado como a un perrito.
No ha visto moverse las manos de Mariana, y aún así, siente el violento cachetazo que la hace retroceder tres pasos. Es Ramón quien la sostiene para que no se caiga.
Pero Ramón no se limita a eso. Suelta a Verónica, que ya ha recuperado el equilibrio, y avanza hacia Mariana. Los músculos de su brazo izquierdo se tensan como alambres, y toda su experiencia como patovica se pone en práctica mientras agarra del cuello a Mariana, y la empuja contra una pared. Empieza a asfixiarla.
Solo quien ha visto en acción al Demonio de Tasmania podrá entender lo que sucede a continuación. Las manos de Mariana salen disparadas hacia los ojos de Ramón, quien alcanza a tirar su cabeza hacia atrás, y logra protegerlos, pero ya sus uñas están haciéndole surcos profundos en la cara. Casi al mismo tiempo, o antes, quizá, el taco de Mariana martilla los dedos descalzos de Ramón, fracturando al menos cuatro de cinco. Finalmente, la otra rodilla se ha elevado como un resorte, e impacta en la zona pélvica del patovica, que a esa altura ya se encuentra gritando como una niña.
Ramón ha dejado ir a Mariana, y se retuerce en el suelo como la cola de una víbora que recién ha sido cortada, una mano en la entrepierna, y la otra en los dedos del pie. Su cara sangra profusamente, y ha empezado a llorar.
Verónica, la sofisticada reina de la superación, tiene miedo. Si Mariana ha sido capaz de hacer eso con Ramón, qué no hará con ella.
Los ojos de Mariana son rayos láser, y Verónica la ve luchar contra sus deseos de terminar con ella ahí mismo. Y sabe que puede hacerlo.
Pero Mariana se ha dado vuelta, sin siquiera dedicarle una mirada, y va hacia el ascensor. En menos de cinco segundos, ha desaparecido.
Verónica ve la pila de excremento que sigue sacudiéndose en su living, y la patea con desprecio. La vergüenza del casamiento cancelado, la imagen de Papi enfurecido, y la posibilidad del corte de víveres, lo que en un caso extremo hasta incluso podría devenir en que ella, Verónica, tenga que trabajar, son demasiado.
-Pelotudo. Levantate. La mina esta está loca. Hay que pararla.
Termina en Al final, Mariana