Continuación de Querida Mariana y Querido Nicolás.
Elija la cola que elija, siempre será la que más tarde.
Me puse atrás de un carrito que tenía provisiones como para alimentar a los mineros durante seis meses, y me resigné.
De haber estado algo más lúcido, me hubiera percatado de que tanta comida, tiene siempre una razón. En ese caso eran cuatro. Cuatro inmundos rubiecitos que parecían haber sido educados por Satán, en un día especialmente malo.
Comían como si estuvieran en la cancha, y gritaban como si a cada minuto hubiera un gol. La madre que los había parido, estaba en un estado narcoléptico, y nadie que tuviera un corazón, aunque sea artificial, hubiera podido decirle nada.
Soporté los gritos y hasta los golpes (si, de vez en cuando ligaba alguna patada), sin decir una palabra, y viendo avanzar otros carritos como si tuvieran el PASE de la autopista.
Para sumar insulto a la agresión, en el único momento en que la madre hizo contacto con el mundo, fue para ver lo que yo llevaba en mi carrito. Fernet, whisky, papas fritas, cerveza y varios tipos de fiambres. El gesto de reprobación me dio ganas de abofetearla, pero la ignoré. Yo vivía mi propio infierno, gracias a ella.
La voz me llegó desde la derecha, atrás, y me irritó un poco más, si eso era aún posible.
-No, flaco. Las cosas no son así. No me llamás y yo salto, ¿entendés? Es más, no me llamés y punto. No me interesa hablar con vos, y menos que menos tomar un café, una coca, una cerveza o comer sushi o ravioles. NO ME MOLESTES MAS.
No tuve que darme vuelta para sentir que el mensaje que la mujer le estaba dando a su interlocutor era en realidad positivo. ¿Quién iba a querer meterse con una loca como esa?
Me di vuelta despacio, para tratar de identificar la fuente de la discordia, y LA PUTA MADRE. Estaba agachada acomodándose el jean en la bota. El pantalón había sido tatuado arriba de la cola más perfecta que pude haber visto jamás. Después de grabar a fuego esa imagen en mi memoria, seguí subiendo, y me encontré con un pelo lacio del color del viento en la playa, que le llegaba a la mitad de la espalda, y empecé con el mantra mental de “mirame, mirame, mirame”.
Tienen un sexto sentido, y por supuesto se dio vuelta con un giro sobre sí misma que me hizo acordar a una bailarina de ballet, aunque nunca en mi vida vi una. Ni tampoco ballet.
Los ojos tenían la furia del Increíble Hulk, pero las pestañas largas como tentáculos del Kraken, suavizaban el efecto, y lo atenuaron, hasta convertirme en un tarado. La boca estaba acostumbrada a reírse, y creo que para no hacerlo tuvo que morderse el labio inferior, en una expresión que convertía a cualquier publicidad erótica en una revista Billiken.
Pero sus ojos, esos ojos verdes que no me dejaban respirar hacía casi un minuto, seguían clavados en los míos. Y no se movían.
Dios ahorca pero no aprieta, y uno de los pequeños bastardos que Herodes había dejado escapar, decidió darme una mano. Un pie, en realidad. Sentí la patada centímetros abajo de mi rodilla, y fue como la inyección que Travolta le aplicó a Uma Thurman en Pulp Fiction. En el medio del corazón, trayéndome de vuelta a este mundo.
-Pendejo del orto, ¿vos estás loco?
La reacción parecía exagerada, pero creo que ni Goicoextea le pegó tan fuerte a Maradona, aquella vez que lo quebró.
-Es un chico-me dijo la madre de Chuky, mientras lo abrazaba como si yo le hubiera pegado tres tiros.
Mis prioridades habían vuelto a ponerse en orden, y mi desesperación crecía segundo a segundo, mientras mi visión periférica seguía sacando radiografías de la rubia. Tenía que hablarle, pero no había forma de remontar la situación.
-Como se nota que usted no tiene hijos.
No soy “multitasking”, ni menos Estados Unidos, para mantener una guerra en varios frentes. Y estaba perdiendo en los dos.
-Disculpe, señora, pero el chico me pegó fuerte.
-Usted es un borracho-me dijo la estúpida, mirando de vuelta mi carrito con desprecio, hasta que encontró la caja de preservativos –Y un pervertido-agregó, como si hubiera entrado al sex shop más importante de Sodoma y Gomorra juntas.
La cola de la rubia había avanzado hasta estar adelante mío (y la fila también), y juraría que pude ver una sonrisa en su cara, que de perfil daba para publicidad de cualquier paraíso del Pacífico.
-Puto-me escupió otro de los inmundos pitufos, pero literalmente, aplicando una capa de Mantecol por sobre el moretón que empezaba a crecer debajo de mi pantalón, allí donde el otro sádico me había golpeado.
La madre y sus vástagos eran moscas en mi carrera hacia la rubia, pero moscas viciosas, que no soltaban a su presa.
Mi fila avanzó, y por fin la mujer empezó a poner las cosas en la caja. A esa altura ya sabía que jamás llegaría a tiempo, y emprendí el plan B. Plan B es el lema de mi vida, pues nada nunca me ha funcionado de entrada.
-Ahora vuelvo-le dije al que estaba atrás de mi carrito, y fingí salir a buscar algo que me había olvidado.
La rubia había terminado de pagar, e íbamos por mundos paralelos, con la fila de cajas en el medio. Pero ella iba más rápido, y yo rengueaba más que House sin Vicodin.
Como sucede siempre que uno se fija objetivos elevados, son las pequeñas protuberancias del terreno las más difíciles. Esta vez fue el palo de un estropajo, que me tacleó de una forma tal que ni Contepomi podría haberlo hecho, aún con siglos de entrenamiento.
Caí sobre un charco de yogurt (que era precisamente lo que el empleado estaba secando con el estropajo), y sentí un pequeño pinchazo en la mejilla izquierda, allí dónde el vidrio de la botella rota se me había clavado.
Me paré como si tuviera resortes en las piernas, solo para resbalarme de vuelta, y terminar de mojar la parte de mi ropa que estaba seca.
Podría jurar que la rubia miró hacia mi lugar un segundo antes de dejar el supermercado, y más aún, que sonrío de vuelta.
Después de las disculpas del caso (todas las tuve que dar yo), logré salir del supermercado. Mojado, humillado, y sin haber comprado nada. Esa noche tendría hambre. Y sed.
El sol me pegó en la cara sin misericordia, y todos los ángeles del universo se pusieron de mi lado. En la puerta, apoyada en su carrito como si acabara de recibir un Oscar, estaba ELLA, mirándome con la sonrisa más hermosa que cualquier pintor renacentista podrá pintar jamás.
-Cualquiera que hace todo eso por mí, me interesa. ¿Cómo te llamás?
-Nicolás-le contesté.
-Yo soy Mariana-dijo ella, y mi vida cambió para siempre.
Sigue en: Blancanieves
Ganador Premio Oblogo-Banco Hipotecario 2010
Muy muy bueno , que bien que escribis , uno te va leyendo al ritmo de una pelicula esperando cualquier otro final , siempre sorprendiendo,
ResponderEliminarTe felicito , Un beso grande ! No pares !
Esto, es (viniendo al caso) una suerte de Pulp Fiction. Un desorden de tiempos bien ordenados que van dando sentido a lo que viene
ResponderEliminarMe encanto!! Me imagine en la "tienda inglesa" viviendo esto...
ResponderEliminar"Mas rengo q house sin vicodin" jajajaja
Excelente, como de costumbre. Me encanta cómo escribís. Como dice en el comentario anterior, uno se va imaginando la escena como en una película. Te merecés otro Oblogo. Perdón mi ignorancia, ¿escribiste algún libro?, ¿publicaste estos cuentos?
ResponderEliminarMe encanta esta historia!
ResponderEliminar"del color del viento de la playa" es una de las metáforas más lindas que he leído en mucho tiempo.
ResponderEliminarGrande NippurDL!
Maravilloso... me encantó!!! beso.Adrymes.
ResponderEliminarSimplemente genial!
ResponderEliminarGran relato, como siempre. Tantas dificultades que sufrió el protagonista parecieran ser señales de lo que luego sucedería. Sin dudas, su vida cambiaría para siempre.
ResponderEliminarno te comento nada por agitar el tuiter... tomá.
ResponderEliminar—Chapa.
Y los 4 monstruos? O devinieron los 4 Fantásticos y se fueron a pelear por la paz del mundo?
ResponderEliminarLa mejor venganza sería que le haga a la madre un par de mellizos dedicados a los celos de los monstruitos...
Atte/
"El infierno son los otros", creo q lo decia Shopenauer o alguno de esos optimistas...me pareció impecable tu relato, muy visual como dijeron x ahi, y me hizo acordar a algo q yo escribi hace un tiempo, esto podría haber transcurrido en ese relato pero mi observación estaba puesta en otra escena esa vez, jajaja, si te pinta, dale una mirada: http://losmailsamarillos.blogspot.com/2010/08/alarmas-y-monedas-020409.html
ResponderEliminarSaludos
Sublime lo tuyo
Buenísimo. Me encanta saber quien es Mariana, me siento una big fan. Besooo
ResponderEliminarSin comentarios... Todo lo que pueda decir sobra.
ResponderEliminarY coincido con Pitufo y la metáfora.
@gonesco
Me reí mucho. ¿Quién no ha querido matar a algún que otro pendejo molesto y a la vez a sus padres por no ubicarlo?. Después de todo Nicolás tuvo su recompensa, ¿no? Bah, duró ese día y un poco más como ya sabemos.
ResponderEliminarTodos los días tiene algo bueno al final y hay cosas que aparecen que te pueden marcar para siempre. Así lo veo y creo que se refleja acá.
El título nunca mejor puesto.
Groso, Nippu
Quéquerésquetediga (sí, así todo junto): yo postulo este cuento para el Oblogo 2011.
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