El Síndrome de Estocolmo, en su versión oficina, es el más peligroso de todos. Semana tras semana, en días de 9 o más horas, encerrado con gente a la que no le pediría un vaso de agua en el Sahara. Y con Sandra.
Una “presencia agradable”, después de meses de ser la única, se va convirtiendo en algo más que eso. Cualquier forma que se esconda debajo de ropa formal, empieza a ser adivinada con el tiempo, y con más tiempo, pasa a ser codiciada.
Y cuando el único contacto con un mundo lleno de imbéciles, es tu secretaria, y cuando tu secretaria convierte cada pedido de colaboración tuyo en algo tangible, sonrisa mediante, la cabeza empieza a trabajar duro y parejo.
Y un roce casual se convierte en uno premeditado, y así, casi sin saberlo, estoy saliendo de un albergue transitorio, después de un almuerzo de negocios, que coincidió, a los efectos de la gente de recursos humanos, con una visita al médico de Sandra. Al lado mío, Sandra.
Hasta ahí, todo de manual. Bastante patético y mundano, pero de manual. Sin embargo, ese mediodía, en ese sórdido estacionamiento del albergue (todo es sórdido cuando la situación lo es), una serie de acontecimientos se desencadenan. Todos al mismo tiempo, y todos nefastos.
A veinte metros o menos de mi auto, unos ojos conocidos se clavan en los míos. Es Marcela, una amiga de mi mujer, recientemente separada. Marcela carga con todo el resentimiento del abandono, y lo descarga varias noches por semana en mi casa, cuando mi mujer la invita a cenar. El resultado son agrias discusiones, las que por lo general terminan con uno o dos insultos, y conmigo yéndome a dormir enojado, contaminado por venenos ajenos.
Y mi mujer que se queda con esta loca, hasta quien sabe qué hora de la mañana, hablando de lo turros que son los hombres. Agravado por el hecho de que es su amiga más cercana, y una de las pocas personas que frecuenta.
Marcela y yo no nos caemos.
Su reciente separación le garantiza impunidad para acostarse con quien quiera, y su odio por mi devendrá en que en los próximos diez minutos esté hablando con mi mujer, contándole con quien ha tenido el placer de cruzarse en este inmundo albergue. La cosa no pinta bien.
Solo por curiosidad, y aún en el medio de la debacle, trato de saber quién es su acompañante, pero lo único que veo es una silueta cubriéndose con una campera negra de mujer, mientras se sube al asiento del acompañante de Marcela. También de manual, Marcela está con una persona casada. Típico, todo tan típico que deprime.
La novela dura unos segundos, y mi secretaria no se percata de nada. Así de limpio ha sido todo.
El resto de la tarde es un infierno para mi, y el hecho de que yo mismo me lo haya ganado, no me tranquiliza en absoluto.
Soy un tipo frío, y en cualquier otra situación agarraría una hoja de papel, y dibujaría diversos cursos de acción. Ahora no tengo que hacerlo para saber que uno será peor que el otro. Y es que todos los problemas se reducen a uno: quiero a mi mujer, y esta estupidez del mediodía me hará perderla.
El intercomunicador me avisa que tengo una llamada, y la voz de Sandra me dice que es mi mujer.
-Pasala, por favor – le digo con lo que me queda de voz.
Ninguno de los dos dice siquiera un “Hola”, y el silencio dura algún tiempo. Al final es ella la que lo rompe.
-Martín, tenemos que hablar.
Y es curioso como esas cuatro palabras iluminan una parte de mi cerebro que estaba en noche cerrada, y veo todo con claridad. La escena de Marcela subiéndose al auto, y la de su acompañante escondiéndose tras una campera negra de mujer. Una campera negra de mujer, idéntica a una que tiene mi mujer.
Y me doy cuenta de que el Síndrome de Estocolmo, en una casa, es aún más peligroso que en una oficina.
nooooooooooooooooooooo...............
ResponderEliminarSi.
ResponderEliminarNo se porque, ni como lo relaciono...pero me viene a la mente el cuento "El corazón revelador", de Poe...
ResponderEliminarClaramente las mujeres somos más astutas o más zorras.
ResponderEliminarLease: hacemos mejor las cosas.
Un final de lujo, siempre sorprendiendo. Pasar por acá es como ir al cine sin saber de qué va a ser la película, y salir pensando "que buen gusto tengo", sin saber que la habilidad es de otro. Tuya.
ResponderEliminarBueno, no quiero empalagar con el comment. Mejor me voy a mirar los goles que NO hizo River para equilibrar mi sensación de placer
Supongo que todo es parte del mismo círculo "vicioso", se van buscando otras cosas en el lugar donde nos desarrollamos. Martín pasaba más horas con Sandra que con su mujer, lo que lo llevó a empezar esa relación y por el mismo motivo seguro su esposa entabla algo con Marcela.Puede que no esté ahí el punto central de la historia, pero son motivos que colaboran o excusas que ayudan.
ResponderEliminarEste es otro de los cuentos que muestran más realidad, más cotidianidad.
Me gustó mucho, el mejor de los últimos a mi criterio.
Un gustazo leerte Nippu
Se tomó el laburo de irse al telo con una amiga para saber la verdad?
ResponderEliminarDejame de jodeeeeeer !
Eso te pasa x haberle dejado TANTO tiempo al cuete! La hubieses tenido laburando como yegua y esto no pasaba!
Para la próxima ya sabés ;)
Usté no ha cazado un fulbo, por lo que se ve.
EliminarRelea.
siempre impecable, mis respetos
ResponderEliminarFabulosamente escrito. Un gustazo.
ResponderEliminarDeberias hacer comentarios a los comentarios que te hacen.
ResponderEliminarMe gusto, pero me tenes acostumbrada a mas1
Muy bueno...!!!
ResponderEliminarAlguien acá me parece que no entendió el final... jaa
ResponderEliminarPERO, TE LA VOLT-EASTE A MARCELA O NO?
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