Parece que no pasó un segundo entre que cerró los ojos y tuvo que volver a abrirlos. Hace un esfuerzo por enfocar los ojos, y el reloj no miente. Son las cinco y media de la mañana.
Normalmente podría dormir hasta las seis, pero el ciclomotor no tiene nafta, y la quincena se cobra recién hoy. No hay plata, y tendrá que caminar las sesenta cuadras que hay hasta el transporte. Desde ahí, dos horas más hasta la obra.
Pararse es igual a dolor. Hace dos días que descargan ladrillos, y hoy será otro más. A él le gusta levantar paredes, pero para eso hay que tener material, y el material pesa.
Acaricia la cabeza de la Marta con cariño, y deja la pieza. Será de noche cuando regrese.
Hay días en que todo sale bien, y algún paro impide que los camiones lleguen a la obra. Es viernes, y el constructor los libera al mediodía, después de pagar la quincena. El Raúl lo acerca hasta la estación de servicio que queda a doce cuadras de su casa, donde compra la nafta para el ciclomotor. El sábado llevará a la Marta hasta el Puerto de Frutos.
Pero también hay días en que todo sale mal.
Cuando llega a la esquina de su casa, ve que un hombre se está despidiendo de la Marta, y lo hace con un beso en la boca, antes de subirse a un Fiat 128 rojo. El se queda parado en esa esquina, mientras toda su vida con la Marta pasa por su cabeza, al igual que ocurre en las películas, cuando alguien va a morir.
Después de un segundo, o de una eternidad, empieza a caminar despacio, y sin darse cuenta, está parado frente a la Marta, que fuma con tranquilidad en la cocina.
En los ojos de la Marta hay arrepentimiento, pero solo un segundo. Después viene el desafío, y por último el desprecio.
El ha pasado de sentirse vacío, a traicionado. Ahora, lo único que tiene es rabia.
No es él quien empieza a desenroscar la tapa del bidón de nafta, y no es la Marta la que ha cambiado su mirada de desprecio, a terror. El cigarrillo le cuelga de la boca, y ha tratado de correr, pero está paralizada. Pero no son ellos, sino dos personas que actúan una obra escrita por el diablo, hace ya muchos años. Una obra en la que bastará que él haga un gesto con su mano derecha, para que ella arda en el infierno.
Y él recuerda su propia infancia. A su madre siendo golpeada por su padre, y la infinita tristeza de sus hermanos menores. La tristeza propia.
El no sabe que es la muestra, la muestra de que no importa la piedra en la que las cosas hayan sido escritas, son los hombres quienes las cumplen o no. Y él es un hombre.
Despacio, en cámara lenta, y con una fuerza superior a la necesaria para descargar veinte camiones de ladrillos, vuelve a ponerle la tapa al bidón de nafta, y lo apoya con suavidad en el suelo.
Nunca volvió a ver a la Marta y dicen, los que lo conocieron, que logró ser feliz.
Termina en: La Marta http://bit.ly/gxkFwD
Por primera vez voy a hacer un comentario de un cuento mío. En tiempos lógicos y normales no sería destacable que este tipo se vaya sin hacer nada. Pero estos no son tiempos lógicos ni normales, como vemos en los diarios todos los días. Y de ahí el cuento.
ResponderEliminarDe esos cuentos que te recorre un frío de realidad por la espalda. &
ResponderEliminarTremendo. El nudo en la garganta, pese a que uno, ya pateó el tablero. Duro& buen post
ResponderEliminarSiempre vengo y también siempre comento.Así de metódica soy.
ResponderEliminarLa intención del comentario no es otra que decir que me sorprendió el desenlace, y eso habla de la buena calidad de la pluma, aunque si lo pienso bien siempre que paso por acá me llevo un grata sorpresa.
Saludos Nippur
Me gustan tus cuentos, M. Captan mi atención. Llevan a la reflexión. @evis_joy
ResponderEliminarexcelente, una buena enseñanza @virgyn_
ResponderEliminarbuenisimoo!!! me encanto!
ResponderEliminarmuy bueno!
ResponderEliminarMuy bueno! Me encantan los relatos sobre aquellas situaciones que nadie se preocupa en relatar. Además, impecable el manejo de los tiempos del lector, impecable.
ResponderEliminarSorprendida por la calidad de la redacción y el esmero que pone el mismo. Un gusto leerlo.
ResponderEliminarbueno, marcos, muy bueno el relato
ResponderEliminarEl reflejo de la realidad es muchas veces estremecedor. Gran cuento.
ResponderEliminarEsta ficción es para un Premio Oblogo.
ResponderEliminarNo quiero pecar de redundante y por eso simplemente adhiero a los comentarios anteriores.
ResponderEliminarNo me gustan los cuentos con finales tristes. Yo hubiera optado por el fósforo.
ResponderEliminarCoculo
ahora que me acuerdo, ya lo he dicho en alguna oportunidad...(?)...El 128 rojo es muy buchon...
ResponderEliminarEl ambiente magnifico, Sabiduria del humano resorte en la temible eleccion del bien y del mal.Melancolia en los trazos. Realidad. Un final impensado y definitivo. Un lujito compañero escritor. Mi abrazo fraternal y admirado. L_a_uri
ResponderEliminarNippur tenés mucho talento. Excelente, siempre la vuelta de tuerca justa,
ResponderEliminarExcelente, particularmente el giro del final, y muy acorde a la triste realidad
ResponderEliminarCreo, es mi primera vez por acá, y me voy con una grata sorpresa, me encanto lo que leí, sin duda el autor merece mínimo, que lo sigan en twitter y un vuelta obligada a su blog para leer mas.
ResponderEliminarSaludos.
Fabricio (@tragodefernet)
Hay elecciones que se toman en un minuto, que transcurren en nuestras cabezas por ese tiempo, pero que sin duda podrían condenarnos una vida.
ResponderEliminarElla podría haber ardido en el infierno, pero él también, reviviendo la triste infancia que tuvo
Vengo con delay. Perdón la demora pero no puedo dejar de leer los cuentos.
Saludos!
"El no sabe que es la muestra, la muestra de que no importa la piedra en la que las cosas hayan sido escritas, son los hombres quienes las cumplen o no."... Simplemente Brillante! Mi gran admiración de escritora a escritor.
ResponderEliminarRomina (@RominaOj)