Música, tragos, roces, luces y olores. Los cinco sentidos abrumados, hartos, saturados, todo con el único fin de no dejarme pensar. Fallan de manera miserable.
Mi vaso se llena tan rápido como lo vacío, y el vacío se agranda con cada trago que me invitan. Cerveza, fernet, whisky y champagne, pero todo va al estómago. La cabeza sigue tan fría como siempre.
-Cambiá la cara, che, ya va a pasar.
Pero se equivocan. Ya pasó. Ella se fue, y lo que queda no es ni el diez por ciento del hombre que fui, parafraseando a McCartney. Lennon no tuvo nada que ver con Yesterday.
-¿Creés en la magia?
La pregunta viene de la nada, y al mirar hacia la nada, me encuentro con los ojos más negros que la noche pudo haber creado. No hay palabras para describir la belleza de la mujer que tengo enfrente, y de golpe mis cinco sentidos se centran en ella. Su voz no pasó por mis oídos, fue derecho a mi cerebro, y a partes más bajas también. No me está tocando, pero la distancia entre ambos es algo físico, palpable. Huele a infierno, pero a ese al que los hombres moriríamos por ir. Y puedo sentir el gusto de su boca, aún sin haberla probado.
-No. La magia no existe.
No trato de hacerme el gracioso, ni el interesante. Podría entrar en un debate acerca de la realidad y la fantasía, pero los ojos negros me dicen que no pierda el tiempo, que no la subestime, y que no me haga el tarado. Así de simple.
-Se ve que no. Vení.- dice, y me agarra de la mano.
No hay corriente eléctrica al tocarla, ni cambio de temperatura. Es como haberse aferrado a una tabla en el mar, y de alguna forma me dejo llevar por la corriente.
El auto está en la puerta, y antes de saber cómo, estoy entrando a mi departamento, siempre con ella de la mano.
-La magia –me dice- la magia existe. Esa luna que ves por la ventana, ¿cómo es que flota sin caerse? O los recuerdos que tanto te atormentan; son cosas que pasaron, pero para vos están más vivas qué nunca. ¿Qué es eso sino magia?
No puedo contestarle. Mi mente está más allá de todo razonamiento, y su cuerpo desnudo hace que nada me importe menos que lo sobrenatural. Estoy en un estado animal puro.
Hace y me deja hacer, como si fuera un juego de ajedrez en el que cada ficha mueve un sentido, una sensación, una fibra. Ha dejado de hablar de magia, convirtiendo sus gemidos iniciales en gritos. Así, durante una o varias horas, hasta que cada uno de mis músculos pide una tregua. Todos menos uno.
-Tu corazón late muy fuerte. Y no hay magia más poderosa que esa.
Pero su mano en mi pecho es ahora fría, y me viene a la mente la película esa en que alguien llamado Neo, revive a su amor dándole un toque de vida en su corazón. Pero al revés.
Su mano me calma, y los latidos son cada vez más espaciados. La sensación de paz me va invadiendo, y no es miedo lo que tengo, sino la certeza de que de todas las formas posibles que la muerte tuvo para llevarme, eligió la mejor.
-No te equivocás. Y aún así, no tenés razón.
Su mano se aleja de mi corazón, y aunque han pasado varios minutos del último latido, empiezo a pensar que puede haber otro.
-Hoy era el día, o la noche. El momento. Y no es que no estés listo, pero no soy una mujer a la que le guste deber, y si vinieras conmigo ahora, quedaría una deuda impaga para siempre. Pero estamos a mano.
Traté de besarla. Hubiera dado todo lo que tuve y podría tener por un beso más, pero no fue posible.
- Ahora dormite.
Y dormí como nunca lo había hecho, y me levanté con el mismo pesar del día anterior, el cual tardó lo que tarda el tiempo en desaparecer. Y vinieron alegrías y tristezas, años y más años. Una vida
Y ahora, mientras camino con la ayuda de un bastón, veo a mis nietos en la plaza, o juego al dominó, sé que ya no queda mucho, y hace días ya que la espero.
Sin miedos y sin ansias. En paz.
Sé que vendrá en forma de beso.