-Listo, cerramos la semana – me decía con cara de haber conquistado el mundo, mientras yo pensaba cuanto más de Pinky que de Cerebro tenía el tipo, mi jefe.
Eso pasaba invariablemente todos los viernes, más o menos alrededor de las tres de la tarde, cuando él, lloviera o no, agarraba sus palos de golf y partía hacia la conquista de la meretriz de turno. Nunca entendí para quien era el juego de simulación, si ya todos sabíamos de sus correrías por los burdeles porteños.
Por supuesto que el “cerramos la semana”, tenía un error de sintaxis gravísimo, dado que yo nunca cerraba nada antes de las once de la noche. Tampoco los viernes.
Mientras acomodaba los palos en la bolsa, me recitaba casi cantando la cantidad de cosas que yo tenía que hacer antes de poder irme a casa. Y yo anotaba con el ánimo destrozado, sabiendo que no habría forma de poder hacer todo.
Los viernes se multiplicaron, y antes de darme cuenta, ya pasaban los doscientos. O sea, por más de cinco años yo había actuado en la infame comedia sexo-deportiva, y todas las veces con el mismo triste papel de escribiente, que es exactamente lo contrario al de escritor, que ya en aquel entonces tenía en la cabeza.
Nadie hace nada que no quiera, y si yo soportaba los viernes, era solo porque eran el alegre preludio de los sábados, día en que me aventuraba a llegar a la oficina después de las diez de la mañana, y en los días de verano, aún brillaba el reflejo del sol en algún edificio, cuando podía salir.
Los sábados tenían también esa carencia tan añorada, la de su presencia. El tipo no iba a la oficina, aunque llamaba un promedio de tres o cuatro veces, para “debatir” las cosas que yo podría ir adelantando, y “lamentar” que “ese sábado en particular” yo hubiera tenido que invertir “un par de horas” en el trabajo.
Los domingos podía trabajar desde casa.
Los vientos de la vida se dignaron a soplar, y me alejaron de aquel bendito lugar, hacia otros mejores. Cuando uno estuvo en el infierno, la frase “malo por conocer” pierde todo tipo de sentido.
Diversos tipos de cineastas han tratado de retratar años como los que yo pasé: Tarantino cuando Pai Mei entrenó a la Black Mamba; Rocky IV en las estepas rusas, y otros parecidos, terminando en el amable Sr. Miyagui con su “wax on, wax off”. Aún así pienso que todos fracasaron en mostrar el grado de presión psicológica que se puede imponer en una persona.
Pero pasó. Todo pasa.
Y como cada viernes, cuando “cierro la semana” a la hora que se me canta a mi, pienso en el sadismo del tipo y rajo una puteada al eco con su nombre.
Pero riéndome.