Llego a mi trabajo a las once de la mañana, después de haber pasado casi toda la noche en Twitter, “tuiteando”. Tengo sueño pesado y una hora de viaje, así que sin duda puede y debe considerarse como un esfuerzo importante de mi parte el solo hecho de que me haya dignado venir. Dudo que lo aprecien. Pocas veces lo hacen.
En el ascensor no parece haber nadie conocido, así que aprovecho para echarme la última siestita hasta el piso catorce. La chicharra me despierta y los instintos se hacen cargo. La cara de dormido se archiva hasta que pueda llegar al baño, y mi mirada se convierte en la del agudo asistente del subgerente que soy. Con paso decidido y sobre todo apurado ignoro a la recepcionista, tal y como he hecho los últimos dos años, desde aquella seria conversación sobre “acoso sexual” a la que fui sometido, y el seminario posterior. “Limítese a saludar, Carlos, con esto basta”.
El pasillo está vacío. A esta hora ya están todos con las cabezas gachas sobre sus teclados escribiendo reportes que nadie leerá, o tratando de vender lo que sea que sus jefes les han dicho deben vender hoy. No tengo mayores obstáculos en llegar a mi cubículo. Destaco la palabra “mayores”, porque un pequeño tacho de basura mal ubicado me ha fauleado de forma grosera, haciéndome morder el polvo, pero sin testigos que insultar, por suerte. Escucho si, un murmullo que proviene de atrás de alguna de esas paredes de papel y media altura que pretenden dividirnos, pero elijo no buscar el origen, y así avanzo.
Una rápida mirada a mi escritorio me confirma que el mismo ha sido revisado, sensación que tengo casi todos los días, o todos los días que vengo a la oficina, como quiera verse. También la ignoro.
Mientras aparto papeles para llegar al botón de encendido de la computadora repaso mentalmente la lista de tareas inmediatas y me abrumo: Twitter, Facebook, GTalk, MSN, Gmail, Hotmail, IMDB y Olé, en ese orden. Parece poco, pero hasta tener todos los programas funcionando y en orden por lo general pasan más de quince minutos.
Y la clave no entra. La he introducido las tres veces de rigor, con lo cual el sistema está trabado, y no podré revivirlo sin contactar a uno cualquiera de los ratones de las computadoras.
La gente de sistemas es mi enemiga. Los conozco como si los hubiera parido, y sé que envidian cada uno de mis 344 followers en Twitter (entre los cuales hay periodistas, productores de televisión, y hasta actores que han hecho bolos). Mis amigos de Facebook, y mi locuacidad en los chats también son objeto de su admiración. Lo sé, como sé también que todos los días me espían para tratar de copiar algunos de mis chistes, o de las frases ingeniosas que luego de buscar por horas encuentro en sitios perdidos de Internet. Con alegría los veo fracasar en sus pueriles intentos por ser ocurrentes o populares. Esto sin duda es una venganza de su parte.
Tendría que llamarlos y levantarlos en peso, pero gracias a Dios no dependo de una manga de imbéciles para hacer mi trabajo. Decidido a no dejarme intimidar por la adversidad, encaro mi día desde el Iphone. No seré igual de productivo pero muerto antes de pedir “soporte”.
Mi TL, es decir la lista de personas que leo en Twitter, arde y de un soplido vuela cualquier mal humor que hubiere estado incubando. La consigna son canciones que incluyan nombres de órganos sexuales en sus títulos. Me viene a la cabeza “Pene Lane”, y estoy a punto de escribirlo cuando me interrumpen.
-Ejem.
Me doy vuelta y no es el imbécil del subgerente quien tiene una estúpida carraspera, sino el ultra imbécil del gerente. La realeza ha decidido chapotear entre la inmundicia de los cubículos, así que la razón debe ser severa.
-Señor Sepúlveda, como le va –disparo con una obsecuencia en la que cualquier tipo con algo de sagacidad vería llena de ironía. En él, por supuesto, está desperdiciada.
Sepúlveda menciona algo acerca de “reiterados llamados de atención”, pero no puedo concentrarme mucho en lo que dice, porque mi teléfono no deja de vibrar. Los DMs, o mensajes directos de mis seguidores, lo aporrean, y me frustra no poder ocuparme de las cosas importantes.
El tipo continúa con su cara de lunes, lo cual confirma que se trata de Sepúlveda. Jamás nadie le ha visto otra cara en los años que lleva vegetando en esta oficina.
Mi desprecio por el tipo no se desprende de la cantidad infinita de promociones que ha otorgado a gente de antigüedad inferior a la mía, sino de su negativa sistemática a pagarme un plan de datos ilimitado. Eso lo tuve que hacer yo con mi magro sueldo, y sé que lo disfruta.
La perorata que me dispensa no es distinta de otras anteriores, pero de repente se pone paisajístico y las palabras “mejores horizontes” me hielan la sangre. El golpe de gracia lo produce un guardia de seguridad, que se materializa en mi cubículo sosteniendo una cajita mediana de cartón.
No soy un hombre violento, pese a lo que digan por ahí, pero la situación lo amerita.
-¿Usted quién carajo se cree que és?- le pregunto ya sin tanta amabilidad.
El guardia es robusto y proactivo, y se interpone entre Sepúlveda y yo. Otro guardia de idénticas proporciones fiscaliza todo desde una distancia inferior a un metro. Me obligo a calmarme y lo logro. Trato siempre de no llegar a la contienda física cuando es evidente que voy a perder.
Sin entender demasiado lo que ocurre, o tal vez entendiéndolo demasiado bien pero sin poder aceptarlo de golpe, y con la terrible sensación de que debo estar perdiéndome vitales partes de mi vida 2.0 empiezo a llenar la caja. Sepúlveda niega con la cabeza cada intento mío de poner en la caja algún implemento de oficina, y es así como la cajita, desprovista de abrochadora, calculadora y otros enseres, es gratamente liviana.
El camino hacia el ascensor, caja en mano, es llamado “El Camino de la Infamia”, y es por lo general una buena medida para saber el aprecio que los compañeros tenían por que acaba de ser despedido. En este caso, su servidor. Detecto algunas sonrisas, más que nada de mujeres, y lo único que me impide repartir un par de bofetadas terapéuticas es la presencia de los dos guardias a cada uno de mis flancos. Por alguna razón nunca he podido tolerar que las mujeres se burlen de mi, y si estuviéramos solos, ninguna de ellas lo haría.
La salida del ascensor me provoca cierto alivio. He recuperado la señal en mi teléfono y puedo volver a conectarme a lo realmente importante.
Yo creo que la mayoria podemos sentirnos identificados. Y pobre hombre, mientras lo echaban no pudo leer que pasaba en el TL. Seguro se perdio de algo bueno
ResponderEliminarMenos mal que no laburo en una oficina, sino seria el protagonista de tu historia, muy bueno como siempre un abrazo!
ResponderEliminarEste blog me creó mas adicción que twitter. Comentaría mas, pero me excedo de los 140. Sos un genio Nippu! =)
ResponderEliminarSaludos
LaPeces
Aqui hay talento, de eso no me quedan dudas
ResponderEliminarEntre este y psicosis, cierro Twitter che!
ResponderEliminarExcelente captura de la adicción que provocan las redes sociales, pienso cuánta gente habrá así y si algún día seré eso y me da cosita eh!
Me hiciste acordar a mucho bolud@ que hay en la red luchando por la cantidad de gente que te lee, la otra que te pide ser amigo en Facebook, cuando realmente no los conocés ... en fin, supongo que se llega a eso cuando ya no tenés nada, ni siquiera un gramito de personalidad que pueda ser mostrada!
Un gusto leerte & tu blog genera lo que dice Pecesypescaditos!
P/D: Ni si te ocurra NUNCA darme UNFOLLOW en Twtter escuchaste? Mirá que a esta altura perder un follower es como que me cortaran un dedo (chiste, chiste) .
Abrazo nene!
Excelente relato, muy real respecto a la adicción que generan las redes sociales. Algo para prestar atención.
ResponderEliminarAbrazo grande amigo.
Empiezo pensar si lo que me afecta la salud es el stress constante al que estoy sometida en la oficina, o a la velocidad conque se mueve mi TL.
ResponderEliminarComo siempre.....SUPREMO LO SUYO
jejejeje, una gran publicación, sorpresa 100%!!! ahora voy a tener que leer todos los otros!!!
ResponderEliminarSaludos!
No tengo idea como llegué, pero está muy bueno el blog, así que buenisimo.
ResponderEliminarSos de buena madera, me gustaron mucho los cuentos. Un saludo
GROSO BLOG! De dónde saliste che? No se encuentran lugares así todos los días!
ResponderEliminarEx-ce-len-teeee, me encantóoo!
ResponderEliminarDe casualidad te vi pasar por el TL y me puse a Leerte Nip...
ResponderEliminarMira no soy escritora, no soy critica pero leo como animal desde la mas tierna infancia y leo muchisimo. En este caso no pude parar de leer hasta el final! Buenisimo.. lo mas angustiante fue que sentia la desesperacion de no poder mirar los Dm y mentions x culpa del GerentedeMierda!! jaaa !! excelente te llevo a me GReader!!!
De cuanto tiempo hay que disponer para tener una cuenta en todas esas redes? Entiendo que es ficcion, pero no dudo que a alguien le suceda.
ResponderEliminarMuy bien, sal2
Qué bueno que de alguna manera mi lente hizo foco por aca :) lo disfruté tanto que casi casi te diría que se leyó solo...#ponele :)
ResponderEliminarUn beso!
Excelente, Nippur
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