Ignacio
y el sótano de su casa eran parecidos en más de un sentido. Al interior se
llegaba a través de un camino difícil: una escalera angosta y peligrosa, y
luego una puerta con cerraduras de alta complejidad. Había sido un lugar alegre
en un pasado no tan lejano, pero toda señal de felicidad se había apagado de
golpe, y bastaba encender la luz para empezar a observar los signos de su
ausencia.
Ignacio
esperó escuchar el sonido de la cerradura electrónica al trabarse antes de
iluminar la habitación. Cualquiera que observara el despliegue de tecnología justificaría
de inmediato todas las medidas de seguridad. Monitores de cristal líquido,
computadoras portátiles de última generación, celulares inteligentes,
servidores de capacidad industrial y otros dispositivos aún más costosos se
repartían con prolijidad y orden en las diversas mesas de acero inoxidable que
poblaban la habitación.
Sin
embargo, los candados no protegían máquinas, sino secretos en forma de fotografías
que iban apareciendo a medida que las luces incrementaban su incandescencia.
Las fotos del horror: mujeres de corta edad, ninguna mayor de veinte ni menor
de trece. Cada foto reflejaba un rostro o una parte del cuerpo de una de ellas.
Cada foto mostraba violencia. Cortes, moretones, posiciones humillantes, lágrimas
y hasta gritos silenciosos. Cadáveres.
Todas
las fotos, menos una. Ignacio la contempló y asintió con la cabeza, en un
movimiento breve, económico. Era alguien decidido.
Diversas
pantallas se iban encendiendo mientras él tomaba su libreta de anotaciones y
avanzaba hasta una hoja cuyo encabezado rezaba: “@SoyTrini”. El símbolo por
delante de las palabras significaba la relación con la red social Twitter, su
coto de caza personal, o como fuera que la actividad que él hacía se
denominara.
—18,
soltera. Vicente López. Facultad de Derecho, Starbucks, tren.
Ignacio
repetía estas palabras con lentitud, como si cada una de ellas tuviera un contenido
mucho más abundante del que a simple vista se observaba. Para él, y quizá para
alguien más, lo tenía. No se llaman redes sociales porque contengan, sino
porque atrapan, recordó, como todos los días. Trini lo aprendería esa noche.
Había
tomado esas anotaciones a lo largo de semanas de espiar y dialogar con
@SoyTrini vía Twitter, la red social que día a día sumaba adeptos en forma
exponencial. En miles de mensajes la víctima había dejado diez o doce elementos
que le servirían a quien estuviera atento para ubicarla. Y él quería hacerlo.
La foto
de @SoyTrini en Twitter era difusa, pero él había solucionado esa deficiencia
con una visita a su página de Facebook. @SoyTrini era una niña / mujer que llamaría
la atención en cualquier lado.
Era miércoles,
y como todos los miércoles de ese cuatrimestre, @SoyTrini terminaría de cursar
una materia en la Facultad de Derecho, tomaría un colectivo hasta Retiro y de ahí
el tren hasta Olivos. También como todos los miércoles, él la seguiría en el
trayecto desde la estación hasta su casa. Ese día, sin embargo, estaba seguro
de que sería el último. Le vinieron a la mente las palabras “miércoles de súper
acción”, y hubiera sonreído, de poder recordar cómo se hacía.
Sus
hijos estaban ya dormidos. Lo sabía, pues había acomodado la almohada del mayor
después de haberle leído un cuento a la pequeña. Había paz. Se despidió de su
esposa con un beso y partió hacia el juego de póquer de los miércoles con sus
amigos de la universidad. No veía a sus amigos de la universidad desde hacía
meses y nunca había aprendido a jugar al póquer, pero su esposa le creía.
Media
hora más tarde, enfundado en su sobretodo oscuro, era invisible en la calle sin
iluminar. Trini pasó por delante de él sin verlo, concentrada en evitar los
charcos que la lluvia de la tarde había dejado y perdida en la música que salía
de su iPhone. Él sabía que tenía uno, lo había leído en Twitter.
La siguió
durante dos cuadras a distancia prudencial y sin hacer un ruido. Sus zapatos
con suela de goma se encargaron de eso.
—¿Trini?
Ella se
sobresaltó, pues nada había denunciado aquella presencia, y retrocedió apoyando
su espalda contra las rejas de una casa.
—¿Quién
sos?
—Soy
yo, Kampeón. ¿Cómo estás?
—Bien...
me asustaste. ¿Qué hacés acá́?
El
miedo en la voz de Trini era evidente. Ignacio no pudo evitar sentir una pequeña satisfacción:
no se había equivocado. Sin embargo, esa satisfacción era muy chica comparada
con la rabia que crecía a cada minuto dentro de él. No era un experto en estas
cuestiones, no aún, pero sabía que después de la bronca vendría la tristeza.
Profunda. Y así como sabía eso, sabía que ni nada ni nadie en el mundo podría
impedir lo que estaba a punto de ocurrir.
—Vine a
verte.
—Pero
yo no te di mi dirección, ni nada.
—Vení,
subí al auto —dijo Kampeón, señalando un coche gris. Trini trató de alejarse, pero
antes de que pudiera darse cuenta una mano de hierro la sostenía del brazo.
—Dejame,
¡hijo de puta!
—Vení,
turrita, subite que te va a gustar.
Ignacio dio un paso hacia adelante, y la luz
del farol lo iluminó por completo.
—Dejala.
@Kampeon69
retrocedió como si hubiera visto un fantasma, pero después de eso se quedó
completamente quieto. Paralizado.
—Vos no
sos el único que sigue gente en Twitter — dijo Ignacio con voz serena.
Apuntó
la pistola a la cabeza de @Kampeon69 y sin mirar a Trini le ordenó:
—Pendeja,
basta de boludear en Twitter. Andate a tu casa.
Trini corrió,
e Ignacio vio de reojo que le costaba abrir la reja de entrada. Después de unos
segundos, lo logró.
Ignacio
nunca había matado y tampoco lo haría esta vez, por más que le costara y aunque
@Kampeon69 mereciera morir. Pero sí le aplicaría un escarmiento, uno grande.
—Subite
al auto.
@Kampeon69
lo miró sin entender, y él lo golpeó con la culata en la sien.
—Te
dije que te subas.
Con la
frente sangrando, Kampeón abrió la puerta, y de ahí en más todos los
movimientos fueron en cámara lenta. Kampeón se agachó y tomó algo de abajo del
asiento. Ignacio lo observaba con impotencia. Sabía lo que ocurriría, pese a no
haberlo vivido nunca.
—No lo
hagas.
Pero Kampeón
no escuchaba, y cuando giró tenía un arma en la mano. Ignacio no dudó, no podía
hacerlo. El disparo fue un eco en la noche, y Kampeón estaba muerto.
Volvió a su casa y fue directamente a su sótano.
Descargó el arma y la guardó en la caja fuerte. Lo último que vio antes de ir a
dormir, entre las fotos de todas las niñas lastimadas, fue la de su propia
hija, Carito. La rozó con la punta de sus dedos, y su voz fue un susurro.
—Chiquita,
si hubiera podido cuidarte a vos también.
Como ya te dije en el TL me encanto y me dejo preocupada y pensando.....
ResponderEliminarUna vez más un placer volver a leerte.
ResponderEliminarEstar en la situación de esa chica debe ser escalofriante, pero es una realidad que vivimos actualmente, muchas personas confían demasiado o se dejan llevar por las "relaciones" que se forman en las redes sociales. Un tanto efímeras.
Excelente relato e igual final, ni más ni menos de lo que ese oscuro hombre merecía.
Me hiciste sentir miedo che, así no va.
ResponderEliminarLa verdad, no recuerdo quien fue quien te incentivo a abrir el blog. Hay que darle un gran aagradecimeinto. Escribis muy bien.
Saludos!
CRis.
A la miercoles... decí que ya estoy mas para justiciera que para víctima... :/ Muy buen relato =)
ResponderEliminarTe tomaste el trabajo de dar de alta las dos cuentas, muy bonito detalle! Si se puede pedir más, pido: dejar "@Kampeon69" sin acento, que Twitter no lo toma.
ResponderEliminarSaludos!
Excelente relato.. Muchas cosas para decir y para pensar. Nose como estuve sin leer este blog, es muy bueno, escribis muy bien. Un abrazo
ResponderEliminarYa sería hora de leer más me parece!
ResponderEliminarMe dio mucho miedo. Pienso en mi hija, en mi amiga y en todos los que confian demasiado sin darse cuenta de las consecuencias. Buenisimo como siempre
ResponderEliminarNo hay muchas cosas nuevas que pueda decir, sólo que mi admiración va creciendo a medida que voy leyendo tus relatos.
ResponderEliminar"Todo vuelve"
ResponderEliminarclap clap clap!! genial! te vas al hueso!! es excelente!!!
ResponderEliminarExcelente historia. Kampeon es una especie de Albert Desalvo, el Estrangulador de Boston, Dennis Andrew Nielsen y Chikatilo adaptado a los tiempos digitales que corren.
ResponderEliminarOjo SoyTrini represebta la forma de usar twitter que uno aborrece, que es la que cuenta si se echo un gas, si esta lavando a los perros o que esta comiendo, es decir, todas cosas que no le interesan mas a nadie salvo a ella. Lo tenia merecido (?)
Quiero película de te sigo, YA ! Muy bueno, muy..
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