Todas las tardes se sentaba mirando la montaña. El mozo le traía un whisky doble, que una sola vez tocó, y se perdía en el blanco de la nieve.
Marcos había esquiado, pero ya no esquiaba más. No esquiar mientras miraba gente bajar por la ladera norte le daba parte de la angustia que necesitaba para vivir. Una parte muy chica.
De vez en cuando imaginaba historias que la gente habría querido leer, y que a él le hubiera aliviado escribir. Historias en las que la palabra dolor tomaría estado palpable al grado de generar una empatía que le hubiera hecho bien.
Marcos había escrito, pero ya no escribía.
Todos los meses de junio, desde aquel junio, Marcos llegaba al Hotel Aries, Mendoza, Argentina, y repetía la parte invernal de su rutina destructiva. Era claro que no era un activo del hotel, así como era claro que nadie le impediría hacer lo que le viniera en gana. Ahí o en otro lugar.
La historia era simple, y por ello mucho más triste. Clara y Marcos, Love Story actos uno a tres, con el cuarto terminando en tragedia. Marcos escritor moderado éxito invitado al Hotel Aries a presentar un libro, durante el mes de junio de algún año. Discusión y un hacé lo que quieras de Clara, que embarazada se queda en Buenos Aires y muere en algún episodio de inseguridad de esos que, por falta de espectacularidad, no llegan a la página ocho de ningún diario. Mientras Marcos, en ese preciso momento, y haciendo lo que quería, bajaba la ladera norte de aquella montaña; detalle esencial en la vida y en la culpa de Marcos.
Como debe ser, la muerte de Clara coincide con el éxito desaforado de la última novela de Marcos, con paquete que incluye ediciones en doce idiomas y opción a película de Hollywood. Marcos tiene un agente y el agente tiene un poder, y esa es la única razón por la cual la vida artística despega de la personal. Marcos nunca vuelve a hablar de ese libro, o de algún otro. Y el agente, despegándose del prototipo explotador, se dedica a cobrar su porcentaje y a pagar todas las cuentas de Marcos y a girarle el resto. Marcos nunca cobra un centavo.
Marcos no es querido en el Hotel Aries. Hubo algún pianista, en algún año, que llegó a entenderlo al grado de acompañarlo sin decirle palabra. Marcos lo toleró hasta el día en que el pianista entonó la primera estrofa de Groovy kind of love, de Phil Collins. Antes que pudiera empezar a cantar la segunda, el vaso de whisky de Marcos se estrelló contra el piano. Esa era la canción preferida de Clara, cosa que el pianista nunca llegó a saber.
Había llegado a tener cierta fama, merced a su novela ya famosa, y sobre todo a su conducta mezcla de Sallinger y Dillinger. De esa fama disfrutaba en muy pocas ocasiones, cuando alguien se le acercaba. Marcos observaba muy despacio a quien le había dirigido la palabra, y si lo juzgaba lo suficientemente fuerte como para hacerle daño, lo insultaba. A Marcos le gustaba ser golpeado, y lo conseguía en algunas oportunidades, antes de que los empleados del Hotel Aries lo protegieran.
No es sorpresa para nadie decir que el único deseo de Marcos era morir, y que lo único que lo mantenía con vida era su voluntad de no darse esa satisfacción.
Hasta esa tarde.
El ruido habitual del hotel tenía un matiz distinto, un ruido a problema, a tragedia. El no se metía en la vida de nadie, y lo específico del asunto no podía importarle menos. Pero el clima se olía.
Marcos miraba la montaña, como todos los inviernos de su vida, y la vio. La distancia era imposible y la figura clara como su nombre: Clara. Y lo llamaba.
Nadie vio a Marcos salir del hotel, y nadie lo vio tomar la moto de nieve.
Trazó mentalmente un camino hacia Clara, que seguía con la dificultad que la falta de dominio del vehículo, la creciente oscuridad y su ansiedad le daban. Pero avanzaba. La ansiedad ganó a la precaución, y en los instantes previos al golpe llevaba la moto a su velocidad casi máxima.
No llegó a desmayarse ni tampoco le sorprendió no encontrar a Clara cuando pudo elevar la mirada. En los raros tiempos de lucidez que tenía reconocía que seguramente estuviera loco, y por ello sabía que Clara no podía estar allí. Acostado en la nieve, mientras la hipotermia iba ganando su cuerpo, se dispuso a morir.
Había oído hablar de la resignación frente a la muerte, y de esa extraña paz que se acerca a quienes no tienen ya esperanza. El no sentía nada de eso. Nunca había tenido tanta angustia.
-Por favor, ayudame.
La voz si lo sorprendió, y pudo ver a una niña de no más de diez años, tirada en la nieve. Lloraba, y por alguna razón él recordó que nunca lo había hecho. Nunca después de la muerte de Clara.
Marcos abrazó a la niña, mientras repasaba su situación. La moto de nieve estaba destrozada, y él mismo sentía la hipotermia como algo sólido. No podría salvarse él aunque quisiera, y mucho menos a la niña. Y supo que a la niña, o a su falta, se debía el estado de exaltación del hotel entero.
Cuando todo se va, queda el oficio, y él lo sabía. Ramón Potente, el personaje de sus libros no se hubiera dejado morir en la nieve, y menos aún hubiera dejado a la niña. Eso y matarla era lo mismo. No, Potente hubiera analizado rápidamente la situación, y la hubiera resuelto de la forma más improbable y gráfica que hubiera a mano.
-Shhh, chiquita, ahora vengo.
-Por favor, no me dejés.
Caminó hasta la moto de nieve que se encontraba destrozada metros atrás, y agradeció que el tanque de nafta no se hubiera roto. Ramón Potente sabía que la única chance era que más personas fueran en su rescate. Destapó el tanque, hizo un sendero de combustible sobre la nieve, hacia el tanque, y prendió su encendedor.
El reguero de fuego llegó hasta el tanque antes que él tuviera tiempo de protegerse.
La niña se llamaba Clara, y su recuperación había sido tan milagrosa como su rescate. Dos días de hospital la dejaron como nueva, y junto a sus padres hizo le hizo la visita de rigor. Marcos había tenido una contusión, de la cual también se estaba recuperando. Toda la experiencia había sido una mera dilación a sus próximas tardes en el Hotel Aries.
La familia le agradeció, le prometieron visitas que serían hechas cuando él volviera a Buenos Aires, y se fueron. O casi.
La niña entró a su habitación un segundo después.
-Ella me dijo que te diga algo.
Marcos no necesitó preguntar para que la niña siguiera.
-Me dijo que está bien, pero triste. Que no puede leerte. Y que para hacerlo necesita que escribas … y que vivas. Era muy linda.
Una semana después, la única figura ladera abajo, en la montaña, era la de Marcos. Esquiaba como si el tiempo no existiera y como si las leyes de la física hubieran sido escritas para otros mortales.
La tormenta no lo sorprendió, pues era la razón por la cual era el único esquiador. Las pistas estaban cerradas por peligro de avalancha, pero hacía tiempo que las reglas habían dejado de importarle. Algunos billetes le habían abierto una silla, y nada más importaba.
La avalancha se desató sin previo aviso, cientos de metros arriba suyo. La vió y sonrió.
Sabía que este era el principio de una nueva vida, y sabía que hacer al pie de la letra: esquiar como el diablo para encontrarse con Dios y con Clara cuando fuera su tiempo, pero ni un segundo antes.
Y vivir para escribirla.
Escribir puede escribir quien quiera, pero atrapar con la escritura no es merito de cualquiera. Lo has logrado. Es un placer leerte.
ResponderEliminarAbrazo
Ciro
Genial... estas cada vez mejor Nippu
ResponderEliminarSon esas cosas, poder ver un genio crecer en vivo y en directo...es un altisimo premio
Saludos !
Por fin ...
ResponderEliminarEra hora no?
Gran relato, Nippu. Una vez más.
Este en particular, es más emotivo, te mueve y pone la piel de gallina.
Ubicarse en un momento en la vida de Marcos, pensar que hay personas que pueden vivir así, es estar entre la espada y la pared. Si lograr un éxito profesional o personal, cómo saber cuál es la mejor opción ... desafortunadamente no tenemos bola de cristal. Marcos eligió, salió mal, vivió con dolor, hasta que encontró un rayito de luz para poder seguir haciendo lo que tal vez, mejor sabía y dejar la culpa a un lado. Las cosas pasan sin querer muchas veces y dejan aprendizaje. Tomarlo y hacerlo parte de uno cuesta, pero se llega.
Calculo que esto me hace pensar, que no hay que arrepentirse nada, y que por algo las cosas pasan ...
Atrapante. Movilizante. Hay talento queda claro eso?
Tratemos de que tu cabecita vuele más seguido asi aportás alegría a mis días, clarito?
Abrazo!
Excelente!
ResponderEliminarMe vi ahi, sentada al lado de Marcos sin que el lo notase siquiera. Logras eso, me transportas ahi, donde esta pasando todo.
ResponderEliminarUn abrazo, no dejes nunca de escribir
Muy bueno, todos diferentes pero muy buenos
ResponderEliminarRisa, alegría, sorpresa, admiración, tristeza, estar a la expectativa, inquietud... todas esas cosas y muchas más generan el hecho de leerte. Y en este caso no es la excepción.
ResponderEliminarCreo que cuando la vida nos inunda con los "¿Qué hubiera pasado sí...?" es cuando debemos decir "¿Y por qué no?" y lanzarnos a lo inesperado que puede darnos la paz que necesitamos.
Conozco ese Hotel (y sus historias) como mi casa... el piano, los sillones mirando a la montaña, la chimenea. Tenés un gran talento, hermano! Seguí compartiéndolo.
ResponderEliminarabrazo.
Fabuloso!!
ResponderEliminargeniaaaal
ResponderEliminarPasé de vuelta para decirte que releí varias veces tus cuentos y este es el que más me gusta. Muchas gracias Marcos.
ResponderEliminarHoy te encontré y ya leí todos tus cuentos. Mañana, si puedo sigo con la novela. Me gusta mucho lo que escribís. Un beso. Marilina
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